miércoles, 26 de marzo de 2014

MI SUEÑO EN LA INDIA

Por : José María López
Mi estancia, junto con mis amigos en Santiniketan fue como un sueño. Ya durante toda la estancia en la India, la adrenalina está a tope, con las pilas cargadas ante tanta emoción y vivencias nuevas, por eso al llegar a la estación, toda atestada de gente, nos sentamos en el suelo, sacamos las guitarras y empezamos a cantar "Misioneros de la Fe" y acto seguido, como en otras ocasiones, se nos arremolinó gente que nos miraban con ojos curiosos y sonrisas de admiración como quien ve a unos bichos raros. ¡Fue muy divertido!


En el tren viajamos en primera clase (hay hasta tercera). Isa e Irene no llevaban reserva de billete, por lo que Totan estaba maquinando estrategias para el caso de que viniera el revisor antes de que se pusiera el tren en marcha: él se escondería en el servicio y nosotros no entenderíamos lo que nos dijera, de esta forma una vez puesto en marcha el tren ya no las harían bajar pues no hay paradas hasta Santiniketan. El tren por fin se puso en marcha y después de una ligera discusión entre bengalíes  todo quedo arreglado y pudimos continuar sin ningún problema, aunque dos sin asiento, pero el ir de pie en la plataforma del tren añade algo más de aventura.


La llegada a Santiniketan fue preciosa, con un sol de atardecer en una población verde atestada de gente por todas partes. Lo primero, en un todo terreno, fuimos a dejar nuestras cosas en la casa de Totan y a conocer a su cuñada y su sobrinita Trisha. También estaba un amigo de Totan.
Incansables, nos fuimos a un mercadillo donde unos músicos animaban con canciones típicas de la zona, pero ya era de noche y no se veía nada para comprar, pues no había ninguna luz, pero salio la luna y la cosa tenia mucho encanto.
Totan nos llevó hasta la universidad donde aún se siguen impartiendo clases al igual que en su día lo hacia Tagore, debajo de un árbol en un corro en torno al profesor.
Nos acercamos hasta el bar que regenta la madre de Totan, para conocerla y saludarla y allí mismo en esa calle compramos "colores" una bolsa de polvos por cada uno y de color distinto, todo para el día siguiente.
Cenamos en la terraza de la casa de Totan, donde acto seguido sacamos las guitarras, para variar y cantamos unas canciones a la luz de la luna. Totan nos sorprendió cantado canciones hindúes acompañado por una pequeña guitarra que desconozco su nombre. Para dormir, los que no tenían cama, tenían suelo, como yo. ¡ Fantástico!

Totan nos despertó a las 7 de la mañana con unas tazas de té y diciéndonos que ya era muy tarde, que nos pusiéramos la ropa más vieja que tuviéramos y nos pusiéramos en marcha.


Nada más salir a la calle, una mujer joven en un ricksaw se paró y nos pinto una marca con color rojo en la frente a cada uno, Carmen a su vez le pinto a ella una ralla amarilla en la cara. Al incorporarnos a la calle principal, ya había un torrente de gente que iba y venia y como nos veían tan limpitos, pues se paraban y nos pintaban, pero como no podía ser de otra forma, nosotros les pintábamos a ellos. Esta escena se repite casi continuamente, yo te pinto a ti y tu me pintas a mi, pero con una sonrisa y una amabilidad que hace que esta no pueda llamarse más que la fiesta de la amistad.
Llegamos a un campo más amplio donde había un gran palco y unas bailarinas bailaban al son de músicas orientales, pero casi la atracción eramos nosotros. Todos querían pintarnos, todos querían hacerse fotos con nosotros, que bonito es sentirse diferente y a la vez querido. ¡Una gran lección!.


De vuelta cogimos unos ricksaw y fuimos nuevamente al mercadillo donde ahora si pudimos hacer algunas compritas de artesanía y ropa hindú a muy buen precio. Continuamos por un camino y llegamos como a la casa de "Memorias de África"  que era un bar donde nos sentamos a tomar un refresco. La imagen era idílica  con campos en cultivo, búfalos por allí campando y mujeres con modestos sharis con cestos en la cabeza.
Seguimos caminando y llegamos hasta un templo hindú donde Gemma nos cantó unos "mantras".


De regreso fuimos hasta el bar de la madre de Totan para pintarla a ella también con los colores de la amistad. Una vez allí, en un callejón escuché música, me acerque y vi a unos músicos con instrumentos muy extraños para mi, tocaban unas melodías de los más marchosa. Unas cuantas personas bailaban a su son e inmediatamente me invitaron a unirme al baile, si bien consideraron que no iba suficientemente pintado por lo que me echaron una bolsa entera de pintura por la cabeza, convirtiendo mi pelo blanco en azul, un toque de los más psicodelico. Al baile se unió el resto del grupo, incluso la madre de Totan. La alegría  la amistad, el baile, la música, bueno, difícil de explicar la emoción.

De vuelta en casa de Totan, la única solución que vimos para poder quitarnos todos los colores que llevábamos encima fue a base de manguerazos en el patio de la casa, una situación hilarante.
Una vez aseados y con la ropa hindú que nos habíamos comprado en el mercadillo, comimos con la familia de Totan una comida preparada con mucho cariño. Al terminar cantamos unas canciones, la madre de Totan se emocionó, sin entender la letra y nosotros también nos emocionamos al recordar a los amigos que no están con nosotros.
Y así transcurrió nuestra estancia en Santiniketan, cuna de Tagore y de Totan, nuestro amigo hundú.

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